Emailgelio 336 del 24 junio 2018 – Natividad de San Juan Bautista

Emailgelio 336 del 24 junio 2018 – Natividad de San Juan Bautista

Los parientes del matrimonio

A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.

                        A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: “¡No! Se va a llamar Juan”. Le replicaron: “Ninguno de tus parientes se llama así”.

                        Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué va a ser este niño?”. Porque la mano de Dios estaba con él.

                        El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel. (Lc 1,57-66.80)

 

            No resulta extraño que  personas cercanas quieran imponer su criterio a un matrimonio, en este caso sobre el nombre que se debe dar al niño, basados en una costumbre aparentemente intocable.

            “Siempre se ha hecho así” es un argumento demasiado débil para quienes, como Isabel y Zacarías, quieren poner de relieve otra tradición bíblica más profunda que la de heredar un nombre. Desean expresar el sentimiento que les embarga de agradecimiento a Dios, tras tantos años de espera, y ser fieles, desde el primer instante, a la misión recibida..

Los vecinos y parientes sabían la gran misericordia que el Señor había hecho a aquel matrimonio ya muy entrado en años. Pero no alcanzaban a ver que eso fuese suficiente para plasmarlo en el nombre. Isabel y Zacarías, en cambio, querían tener siempre en su corazón el recuerdo del favor recibido y en los labios un “gracias” continuo. Entre las dos perspectivas debía prevalecer la de los padres. Juan, que quiere decir “favor de Dios”, sería su nombre.

            Sin embargo, no hay que ver en la “familia ampliada”, en los suegros y parientes, a unos competidores peligrosos e invasores. A veces los cónyuges no pueden asumir ciertos modos de actuar de los familiares de ambos. No se deben permitir ingerencias desestabilizadoras de esas personas cercanas, pero es digno de tenerse en cuenta lo que, respecto a la relación con ellas, escribió el Papa Francisco en la carta apostólica  “La alegría del amor”, que siguió al sínodo sobre la familia: “La unión conyugal reclama respetar sus tradiciones y costumbres, tratar de comprender su lenguaje, contener las críticas, cuidarlos e integrarlos de alguna manera en el propio corazón, aun cuando haya que preservar la legítima autonomía y la intimidad de la pareja. Estas actitudes son también un modo exquisito de expresar la generosidad de la entrega amorosa al propio cónyuge” (nº 198).

            Lo primero que hizo Zacarías cuando recobró el habla fue bendecir a Dios. Su bendición se extendió a todos los habitantes de alrededor. El don de Dios no ha quedado encerrado en una persona ni en una familia sino que se ha extendido y comunicado. Los dones recibidos, a través de las personas, de los bienes y de las capacidades, no son para guardárselos egoístamente sino para hacer de ellos una bendición permanente para todos.

                                                                       Ignacio Otaño SM