Desdemonizar
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea. (Mc 1,21-28).
“Jesús desdemoniza al ser humano y al mundo, libera a la persona de tabúes y temores, con sus actos viene a decir que el ser humano no está sujeto a ningún poder que sea superior al poder de la ternura de Dios” (F. Javier Sáez de Maturana”). Esa apuesta por la ternura de Dios es lo que le da autoridad.
En el tiempo de Jesús, una creencia generalizada era que los pobres estaban condenados a padecer bajo el poder de espíritus perversos; estos se apropiaban de las personas con un poder casi divino.
Jesús lucha contra esta mentalidad y al que está en la desgracia no lo considera poseído del demonio sino hijo de Dios muy amado, llamado a vivir en libertad. “Expulsa los demonios” en aquellos que la estructura social y familiar condenaba a la locura. A menudo se tomaban como endemoniadas a las personas a quienes les resultaba imposible hacer frente a las realidades de la vida dentro de su entorno y se alejaban sin rumbo de sus familias, pasando a vivir de limosnas y a manifestar su dolor y su impotencia al margen de la sociedad y de manera impredecible. Pero, como dice S. Freyne, estudioso de la persona y del entorno de Jesús de Nazaret, “al librar del demonio a los afectados, Jesús los reincorporaba de nuevo al mundo social del cual habían sido excluidos, y al hacerlo ponía en tela de juicio las normas por las cuales fueron primero considerados desviados”.
Hoy día no se nos ocurre señalar a nadie como “poseído del demonio”, aunque califiquemos ciertas conductas como “diabólicas” por lo que tienen de inhumanas y deshumanizadoras. Pero podemos encontrar personas que no se sienten a gusto consigo mismas, con la familia, con el trabajo, con la sociedad y no se adaptan al mundo en que viven. Si queremos una sociedad más humana, tenemos que optar, como Jesús, por la aceptación de la diversidad y la reinserción.
Cada uno de nosotros necesita echar fuera los demonios que le irritan o le tienen encadenado. También hay que ejercitarse en relativizar los propios ramalazos con paciencia y sentido del humor. Es sano y muestra madurez saber reírse de uno mismo. “No hay amor cristiano sin humor”, decía el teólogo chileno Segundo Galilea (1928-2010). En las tensiones y conflictos, el humor “está implicando que tenemos fe en valores mayores que las situaciones, decisiones y prestigios envueltos en el conflicto”.
Ignacio Otaño SM