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¡Enhorabuena Mencía!

Hoy queremos dar una ENHORABUENA muy especial a Mencía Gutiérrez Cerdán, alumna de 2º de bachillerato de nuestro colegio que ha ganado el primer premio de Aragón de la Olimpiada de Filosofía en categoría de ensayo, en la que hemos participado más de 25 centros educativos aragoneses, con el tema, este año, de “El Cuidado”, de uno mismo, del otro o de la Naturaleza.

La sociedad española de filosofía tiene, entre otros, el objetivo de difundir la filosofía y acercarla a los jóvenes, por eso convoca y organiza de manera colaborativa las Olimpiadas de Filosofía en cada una de las autonomías. Los ganadores de las respectivas modalidades participan en la fase nacional, por eso, Mencía viajará a Mallorca los últimos días de marzo. Si ganara la fase nacional participaría en la fase internacional.

Aquí podéis escuchar el texto completo:

Y aquí podéis leerlo:

“ANATOMÍA DEL VERBO CUIDAR”

Mencía Gutiérrez Cerdán

Gracias a la universidad, a la Sociedad Aragonesa de Filosofía y a todas las personas que, cuidadosamente, han configurado esta olimpiada para los jóvenes de bachillerato. Quiero agradecer a mis profesores por haber cuidado tanto la forma en la que nos acercan al amor por el conocimiento. Y a mi abuela Antonia por inculcarme la pasión por la cultura y por ser un ejemplo de cuidado incondicional.

Y es que hoy, es el cuidado lo que nos reúne aquí, porque forma parte de nuestra esencia, y es por ello por lo que mi ensayo gira en torno a la anatomía del verbo cuidar.

Creo que es imposible acercarse a este tema sin adoptar una mirada transversal y multidisciplinar que se remonta a nuestros inicios. A diferencia de otros animales, venimos al mundo totalmente indefensos y dependientes. Si hemos sobrevivido como especie es porque nuestros antepasados cuidaron de nosotros y nos inculcaron la cultura del cuidado. Hechos arqueológicos fascinantes como el descubrimiento del cráneo de Benjamina, la cual sufría una malformación craneal y que vivió 10 breves pero felices años hace más de 530000 demuestran que el cuidado sí es un rasgo antropológico característico. Y que aunque Darwin dio algunas claves fundamentales sobre evolución, no se detuvo en algo esencial: el paso del cariño, al amor.

El cuidado, lejos de ser una simple respuesta evolutiva, se eleva a una categoría existencial en el pensamiento filosófico. Grandes pensadores como Heidegger o Emmanuel Levinas dedicaron parte de sus más aclamadas obras a reflexionar sobre nuestro lugar en el cuidado y en el mundo. Piensan que es este compromiso ontológico con el cuidado el que da sentido a nuestra vida. Y es que cuando cambiamos la perspectiva en torno a nuestra percepción del cuerpo y adoptamos una visión panorámica, nos damos cuenta de que estamos cuidadosamente configurados para cuidar.

Quizás todos los problemas de autopercepción que a tantos atormenta derivan de que estamos acogiendo una concepción errónea sobre nuestro cuerpo, porque nos olvidamos de nuestro origen, para qué hemos sido creados. Quizás los brazos no tienen que ser delgados y esculpidos, sino capaces de abrazar. Quizás los ojos no tienen que ser grandes o brillantes, sino capaces de reconocer las necesidades de los demás. Quizás los labios no tienen que ser perfectos y voluminosos, sino capaces de pronunciar palabras reconfortantes.

Y así, descubrimos una anatomía perfecta en su función cuidadora y creadora. Desde los pechos que nos alimentan durante nuestros primeros años de vida hasta las manos que nos sostienen en nuestro último aliento. La raíz etimológica del verbo cuidar proviene del latín “cogitatus”, que significa “pensamiento”. Cuidamos de alguien porque lo “tenemos en mente”.

Al igual que una neurona no funciona por sí misma, nosotros tampoco podemos vivir sin el contacto de nuestros iguales.

En un mundo hiperconectado, cabe preguntarse la razón por la que tantas personas se sienten solas y desatendidas, pero también por quienes son las personas que asumen los cuidados en nuestra sociedad. A menudo, nuestros discursos se tiñen de tintes xenófobos y soberbios en temas de inmigración, para volver a casa y visitar a nuestros mayores, que son cuidados por personas que ejercen una labor tan importante como digna e invisibilizada. Esta contradicción refleja una sociedad que valora el cuidado únicamente cuando es cómodo, es cualificado y está bien remunerado, pero olvida a quienes lo hacen posible.

Cada individuo, en su unicidad, es un pequeño universo lleno de potencial.

Al cuidar del otro, no solo reconocemos sus posibilidades, sino que nos convertimos en cómplices de su florecimiento. Este acto es una reafirmación de que en la interdependencia se encuentra la plenitud de nuestra propia existencia, es decir, que el cuidado nos completa y nos perfecciona como especie. El envejecimiento progresivo de la población nos lleva a preguntarnos por cuál es nuestro lugar en el cuidado de nuestros seres queridos. Nos obliga a enfrentarnos a la vida, pero también a la muerte, sin desentendernos de ello, sin caer en estereotipos que deben quedar para la historia. Nos obliga a mirar con honestidad y con valor.

A lo mejor es un problema de perspectiva. Podemos ver la coexistencia desde los ojos de Nietzsche, es decir, como una condena que impide el desarrollo de los “superhombres” y las “superpotencias” o desde la mirada de la humanidad, como lo que nos permite trascender nuestras limitaciones individuales. Volver a mirar el mundo con los ojos del cuidador es redescubrir lo que nos hace profundamente humanos.

¡Desde aquí le deseamos la mejor de las suertes!
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