Emailgelio 354 del 28 octubre 2018 – Domingo 30 del tiempo ordinario (B)
Luces de la ciudad
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. (Mc 10, 46-52).
“Luces de la ciudad” es el título de una famosa película estrenada en 1931 de la que Charles Chaplin es el productor, director, guionista y protagonista. Narra el amor de Charlot, que es un vagabundo, y una florista callejera ciega. La atracción es mutua y ella, aunque no lo puede ver, lo siente hondamente hasta confesarle: “Es usted mi amigo para siempre”.
El vagabundo se convierte en gran benefactor de la ciega. En medio de intrincadas peripecias, muchas de ellas cómicas y dramáticas a la vez, y afrontando trabajos un tanto penosos, Charlot consigue salvarla del desahucio de su casa y logra también el dinero necesario para que sea intervenida y curada de su ceguera.
Al final, la antigua ciega, ahora ya pudiendo ver y regentando una floristería, no conoce de primeras al que había dicho que iba a ser su “amigo para siempre” y se une en parte a las burlas que suscita el vagabundo. Sin embargo, triunfa la compasión y redescubre a su amor al colocarle la flor en la solapa y sentir su mano, como en aquel primer encuentro, y exclama gozosamente sorprendida: “¡Ha vuelto!”.
La florista había estado en un tris de perder a quien, cuando no veía con los ojos, veía con el corazón y llenaba su vida. Se puede tener la vista en perfectas condiciones físicas y estar ciego para las cosas importantes. Y, al contrario, tener una vista físicamente defectuosa pero ver más a fondo y más allá de lo que captan los ojos de la cara, siendo sensible a realidades que, para ser vividas y disfrutadas, hay que contemplarlas también en otra dimensión.
En el relato evangélico se cumple el anhelo del ciego: Maestro, que pueda ver. Pero la curación se quedaría muy corta si no le ayudase a ver las personas y realidades de otra manera. Por eso, Bartimeo, tras recobrar la vista, seguía a Jesús por el camino. Era una perspectiva nueva.
La biblista Dolores Aleixandre dice que “cuando Bartimeo escuchó el ánimo, levántate con que lo llamaba Jesús, dio un salto y tiró como inservible el manto de su vieja mentalidad. Ahora, convertido en discípulo, subía a Jerusalén detrás de alguien que había hecho emerger dimensiones desconocidas de su persona y había marcado para siempre sus ojos con el resplandor de una luz deslumbradora”.
Todos en la vida necesitamos ánimo y luz. Siempre, pero sobre todo en las horas bajas, se agradece la voz y el gesto del que no reprocha sino alienta.
Al ciego Jesús le dice que le ha curado su fe. Nos es necesaria la fe no para complicarnos la vida sino, al contrario, para darnos luz, para iluminar las oscuridades del camino y ofrecernos motivación y fuerzas.
Ignacio Otaño SM