Emailgelio 352 del 14 octubre 2018 – Domingo 28 del tiempo ordinario (B)
Te falta todo
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo -, y luego sígueme”. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”. Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.
Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más – casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones -, y en la edad futura vida eterna”. (Mc 10, 17-30)
Los mandamientos que Jesús le recuerda a aquel hombre rico son aquellos que tratan de acciones con las que se daña a las personas. Con la libertad de espíritu que le caracteriza, a los preceptos estrictamente legales que estaban en las tablas de la Ley referentes a la conducta para con el prójimo, añade uno que no estaba en ellas, pero figuraba en el Deuteronomio: “No estafarás”. Se pedía así al terrateniente que al dar trabajo no engañase a sus empleados (Deut. 24,14).
La respuesta de Jesús parece satisfacer al hombre rico. Todo eso lo cumple. Pero entonces, siendo tan cumplidor, ¿por qué ha acudido a Jesús, qué es lo que le angustia, qué le falta para llenar su vida de fervoroso judío?
Jesús le mira con cariño y le pone ante su carencia fundamental, que viene a ser carencia total: una cosa te falta. En la mentalidad hebrea cuando a una unidad decimal le falta el uno es como si no hubiera más, le queda el cero, la nada. Por tanto, “te falta todo”, por muchas riquezas que tengas. Sé valiente, comparte lo que tienes, siéntete responsable de la felicidad de los otros. Así tendrás un tesoro en el cielo, tu vida se verá colmada, habrás encontrado lo que buscas. Y luego sígueme, cambia de óptica, no pienses solo en ti mismo, preocúpate de la felicidad de otras personas.
La reacción del rico fue fruncir el ceño y marcharse pesaroso porque era muy rico. Literalmente, “se le oscureció el rostro”. Es que, en realidad, no era dueño de sus bienes sino esclavo de ellos. En lugar de alegrarle la vida, le producían una gran tristeza y le impedían corresponder a la mirada cariñosa y acogedora de Jesús.
Ignacio Otaño SM