Emailgelio 351 del 7 octubre 2018 – Domingo 27 del tiempo ordinario (B)

Emailgelio 351 del 7 octubre 2018 – Domingo 27 del tiempo ordinario (B)

La viga maestra

 

En aquel tiempo se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. Él les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?”. Contestaron: “Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio”. Jesús les dijo: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: “Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”. (Mc 10, 2-12)

 

            A raíz del Sínodo de Obispos sobre la familia y la plasmación de sus reflexiones en la exhortación del Papa Francisco “Amoris laetitia. La alegría del amor” en marzo de 2016, hubo voces que acusaron al Papa de traicionar la doctrina evangélica sobre el matrimonio y el divorcio. Pretendían presentar a Jesús como un rigorista que no dejaba ningún resquicio a la misericordia. Personas con gran autoridad moral tuvieron que subrayar que la exhortación formaba parte del magisterio de la Iglesia y que se inspiraba en la enseñanza y la conducta de Jesús.

            He aquí unos pocos párrafos extraídos de la “Amoris laetitia”:

En las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de que sean juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios. (nº 49)

            Al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición. (nº 79)

            El amor matrimonial no se cuida ante todo hablando de la indisolubilidad como una obligación, o repitiendo una doctrina, sino afianzándolo gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la gracia. El amor que no crece comienza a correr riesgos. (nº 134)

            Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero solo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren. (nº 299)

            Los divorciados y vueltos a casar no solo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio. (nº 299)

            La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. (nº 310)

                                                           Ignacio Otaño SM