Emailgelio 323 del 25 de marzo de 2018 – Domingo de Ramos (B)
Cireneos
- Se puede leer el texto evangélico completo de este domingo en una Biblia: Marcos 14,1 a 15.47
- Se puede leer el texto abreviado (Marcos 15,1-39) en las páginas siguientes.
Quizá entre los detalles del relato de la Pasión de Jesús, ha pasado como de puntillas el momento en que a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, lo forzaron a llevar la cruz.
Y es, sin embargo, la tarea que tenemos que realizar en una familia, en una comunidad religiosa o humana, en una comunidad educativa, en un grupo humano, en nuestro mundo: hacer de cireneos, ayudarnos mutuamente a llevar nuestras cruces.
Simón de Cirene pasaba por allí. Al principio, hubo que forzarlo un poco, pues ni estaba preparado ni veía demasiado la utilidad de lo que iba a hacer. Pero aquel hombre ayudó a Jesús a llevar la cruz.
Hoy Jesús sigue el camino del Calvario y sigue siendo crucificado. Él se identifica plenamente con cada uno de los seres humanos que sufren. Él ha dicho que lo que se haga con el hambriento, con el enfermo, con el encarcelado, con el necesitado de atención y cariño, se hace con él.
Cada uno de esos sufrientes de la tierra, aunque sienta el abandono que el mismo Jesús sintió en la cruz, vencerá sobre la desgracia y la muerte. A Jesús lo han despreciado, lo han humillado, le han hecho sufrir lo indecible, lo han crucificado por decir la verdad, defender la justicia y amar hasta el extremo de la muerte. Para llegar hasta el final, ha necesitado la ayuda de Simón de Cirene.
Como Jesús, los crucificados de la tierra necesitan de cireneos que les ayuden a vivir en medio de un panorama de muerte. Ayudar a un ser humano a llevar esa cruz o a aliviar el sufrimiento es ser Cireneo del mismo Jesús. Y, “sentir la mano amiga de alguien es lo que más alivia al que sufre. La cercanía y la solidaridad de alguien es lo que más levanta y rehabilita al humillado”.
Por otra parte, “Jesús, como todo ser que nace, no vino a morir sino a vivir; no vino a sufrir sino a gozar…
… El Padre Dios hubiese querido que Jesús hubiese tenido éxito en su misión y que hubiese implantado el Reino, es decir el sueño de un mundo justo y fraterno. Fueron los hombres, con sus intereses y libertad, el pecado, decimos con palabras religiosas, los que hicieron que ese plan no se cumpliera y Jesús terminara condenado a una muerte ignominiosa…
… La cruz, como tal cruz, no es objeto de deseo. Pero el amor no tiene miedo de vestirse de cruz. Incluso la cruz nos da su medida real de hasta dónde llega el extremo de ese amor…
… No podemos olvidar que Dios resucitó a un crucificado y desde entonces hay esperanza, en primer lugar, para los crucificados de la historia. Estos pueden ver en Jesús realmente al primogénito de entre los muertos, al hermano mayor” (F. Javier Sáez de Maturana).
Ignacio Otaño SM
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 15,1-39
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó:
- ¿Eres tú el rey de los judíos?
Él respondió:
- Tú lo dices.
Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo:
- ¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
Pilato les preguntó:
- ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
- ¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
Ellos gritaron de nuevo:
- Crucifícalo.
Pilato les dijo:
- Pues ¿qué mal ha hecho?
Ellos gritaron más fuerte:
- Crucifícalo.
Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio – al pretorio – y reunieron a toda la compañía: lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado y comenzaron a hacerle el Saludo:
- ¡Salve, rey de los judíos!
Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron y, doblando las rodillas, se postraron ante él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “La Calavera”) y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte para ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: “Lo consideraron como un malhechor”.
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
- ¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días: sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo:
- A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
- Eloí, Eloí, lamá sabactaní (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
Y algunos de los presentes, al oírlo, decían:
– Mira, está llamando a Elías.
Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
– Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
- Realmente este hombre era Hijo de Dios.