Soledad en medio del ruido
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. (Mc 1,12-15)
El Espíritu empujó a Jesús al desierto. No parece que eso se adapte a nuestro modo de vivir y, sin embargo, es una situación bastante frecuente entre nosotros. Podemos estar metidos de lleno en una actividad desbordante, rodeados siempre de personas y ruidos, y, al mismo tiempo, anhelar un tiempo y un espacio para estar solos y pensar sin agobios.
Hace muchos años un artículo de prensa describía la soledad poco más o menos así: es una muchacha de caderas estrechas, melena rubia tapándole la cara para que nadie le reconozca, capaz de filtrarse por las paredes como los espíritus. Huésped de los ruidosos guateques juveniles (aunque hoy ya no se llamen “guateques”…), durmiendo entre dos esposos que ya no se aman, acompañando al político en su campaña electoral y al hombre o la mujer en los éxitos profesionales de sus ocupaciones y negocios. Y concluye el artículo: “La soledad se incuba siempre entre la multitud… Pero suele dejar en paz a la persona que de verdad le da la cara, sin temerla”.
Jesús afronta la soledad, el Espíritu le ha empujado al desierto. También a nosotros, en las circunstancias más imprevisibles, el Espíritu nos empuja a la soledad para que nos detengamos a pensar qué es lo que nos pide la vida. Tiene que afrontar la soledad el cristiano que quiere vivir como creyente; también el joven o la joven desconcertado en medio de ese mundo de los mayores que no entiende; tantos padres desorientados y sin recursos pedagógicos en la educación de sus hijos; muchos niños, jóvenes, hombres y mujeres que padecen las consecuencias de una sociedad injusta; todos los que preguntan por el sentido de la vida y reciben la decepcionante respuesta de más consumismo; gran número de seres humanos hundidos que no encuentran la mano amiga que les saque del pozo.
Pero la soledad, que a todos nos afecta, tiene sus riesgos y puede convertirse en tentación. Es la soledad del que se encierra en sí mismo, lamiéndose sus heridas, y se desentiende totalmente de los demás. “¡Bastante tengo con lo mío”, dice el solitario y rechaza todo lo que signifique tener en cuenta a los demás. Esa actitud le hunde todavía más hasta ahogarle.
Jesús se comporta de manera muy distinta. Su tiempo de soledad, que ha sido también tiempo de oración y de activación de la disponibilidad, le ha reforzado en su misión. Tiene que proclamar que está cerca el reino de Dios, que lo oportuno es convertirse, cambiar actitudes que me hacen daño y perjudican a los demás, y creer en el evangelio, es decir, confiar en la buena noticia que nos trae Jesús. Esfuérzate para que tus preocupaciones no den a tu vida y a tu fe un aire sombrío. Comunica esperanza, ayuda a que las personas saquen lo mejor de sí mismas y lo compartan.
Así lo que se presentaba como tentación se convertirá en oportunidad. El Espíritu me ha empujado al desierto para bien.
Ignacio Otaño SM