Emailgelio 309 del 17 de diciembre de 2017 – Tercer domingo de Adviento (B)

Allanar los caminos

 

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?”. Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy ‘la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor (como dijo el Profeta Isaías)’”. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Esto pasaba en Betania, a la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando. (Jn 1, 6-8. 19-28).

 

            ¿Tú quién eres? Los ídolos populares corren el peligro de convencerse de que ellos son dioses o una especie de mesías o profeta. Tienen exigencias que mueven más a la risa que a la admiración. Pero aun así les rodea una aureola que les endiosa y disimula su enorme fragilidad. Más que los enaltecimientos desorbitados les sería de provecho el reconocimiento de las limitaciones que comparten con el común de los mortales y el agradecimiento por los dones recibidos.

            También a nosotros el afán de ser “ejemplares” ante nuestros hijos, nuestros alumnos o nuestros conocidos nos puede jugar malas pasadas. Puede llevarnos al fingimiento para ocultar nuestras debilidades. Pero como “perfectos” no somos muy útiles al hijo o al amigo. Les resulta más provechoso saber que luchamos para superar nuestros defectos, sobre todo si perjudican la convivencia o la relación. El imperfecto humilde, que reconoce su imperfección y hace esfuerzos por superarla o por disminuir sus efectos negativos, es más “ejemplar” que el arrogante que no admite ningún fallo ni lecciones de nadie.

            Juan Bautista reconoce que no es ni mesías ni profeta. A quien esté tentado de endiosarlo le dirá que hay Otro mucho más grande que él. El Bautista intenta solo y nada menos que allanar el camino del que viene a dar sentido a nuestras vidas.

            Tarea hermosa la del “allanador de caminos”. Tarea hermosa, casi siempre callada, del que quiere ayudar a acoger a la persona de Jesús y sus valores. Evangelio y humanización son elementos que van unidos. Quien se esfuerza por ser mejor y mejorar la sociedad está haciendo la labor de igualar terrenos, que a veces aparecen abruptos y necesitan de manos facilitadoras.

            La misericordia, sin duda, allana los caminos. Luis González-Carvajal actualiza así las obras de misericordia que algunos aprendimos en el catecismo: compartir el pan con el hambriento; ser voz de los que no tienen voz; acoger al inmigrante; defender los derechos de los encarcelados; acompañar a los enfermos; alentar a los que pierden la esperanza; ayudar a reconciliarse a quienes viven en discordia.

                                                          Ignacio Otaño SM