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Emailgelio 320 del 4 de marzo de 2018 – Tercer domingo de Cuaresma (B)

Una religión distinta

 

En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes, y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “el celo de tu casa me devora”.

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando se levantó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre. (Jn 2,13-25)

 

          Para las autoridades judías de entonces, del templo y de la religión interesan las piedras, su materialidad, su grandiosidad; Jesús, en cambio, pone el acento en las personas, en el corazón, en eso que no muere en el ser humano, en la semilla de resurrección que el Resucitado ha implantado en él.

          Por eso, el lenguaje sobre la religión tiene un significado distinto en ambos. Los judíos toman literalmente las palabras de Jesús y dicen que nadie puede rehacer en tres días un edificio destruido que había costado construir cuarenta y seis años. El culto a Dios exige un costoso templo, que habrá que sufragar montando mercados rentables. La devoción religiosa exigirá ante todo mantener ese templo. Está en juego la dignidad de Dios.

          La órbita de Jesús es distinta. Cuando la mujer samaritana le pregunte dónde hay que dar culto a Dios, Él le responderá que Dios quiere ser adorado “en espíritu y en verdad”.

          No podemos prescindir de los medios humanos, porque no somos ángeles, y el espíritu, para activarse y manifestarse, necesita medios de expresión. Para transmitir a una persona que le queremos, necesitamos la palabra o el gesto o el detalle. En todo caso, lo que decimos o hacemos tiene que salir del corazón. En ese mismo sentido, a lo largo de la historia han abundado admirables manifestaciones artísticas y monumentales que han expresado bellamente la fe en Dios de personas y pueblos. Son en muchos casos una expresión sincera del culto “en espíritu y en verdad”.

          Pero Jesús recuerda con energía que la adoración a Dios no puede quedarse en una construcción de piedras. Hablaba del templo de su cuerpo, de su persona. La clave para entenderlo será su resurrección, con la que precisamente da vida a todo ser humano. El verdadero culto a Dios comprende el esfuerzo para que todas las personas tengan vida. A Dios se le adora en todo ser humano, sobre todo en el más necesitado de vida.

                                                 Ignacio Otaño SM

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